Juan Miguel del Castillo (Jerez de la Frontera, 1979) comenzó a toquetear una cámara a los 13 años. Una especie de juego en el que también participaban sus primos y hermanos. Hacían recreaciones de anuncios o escenas cómicas. Le gustaba. También con esa edad decidió estudiar imagen en el Instituto La Granja, en Jerez, y el juego empezó a convertirse en algo más serio. Complementaba su formación llevando a cabo proyectos personales, creando, experimentando. Y fue creciendo.

Ingresó posteriormente en una escuela de cine privada en Barcelona de gran prestigio. Fue un importante esfuerzo familiar porque en su casa son “gente trabajadora”. A los 25 años tenía la certeza de que quería hacer un largometraje. Y más de diez años después lo consiguió con su ópera prima Techo y comida. Diez años de persistencia y tesón que el cineasta contagia a su interlocutor: “Hay que trabajar y esforzarse mucho, pero si insistes todo es posible”, dice.

 

¿Cómo fue el proceso de creación de Techo y Comida?

 

La ilusión y las ganas fueron la clave. Había escrito un guion anteriormente que moví pero no funcionó. Sin embargo mi sueño seguía siendo hacer una película y estrenarla en cines.

La inspiración la obtuve de una vecina. A veces me pedía cosas para los niños. La veía de vez en cuando pero desapareció de repente. Más adelante conocí su historia a través de un documental: la habían deshauciado. Yo nunca supe que lo estaba pasando tan mal. Me di cuenta de que estas personas no verbalizan su situación por vergüenza. Lo viven de puertas para adentro. Todo esto me tocó mucho la fibra y empecé a escribir con muchas ganas. Estas se reflejaron en el guion y le contagié la ilusión a la gente que apostó por él.

«La ilusión y las ganas fueron la clave»

¿Y la producción?

La productora vio que teníamos algo importante que contar. A Natalia Molina le pasó lo mismo. Dijo: “Yo quiero estar ahí”. Y poco a poco se fue uniendo más gente.

El tema de la película era muy político y sabíamos que no íbamos a recibir financiación pública. Nos dio igual. Creamos una campaña de crowdfunding que dio para dar de comer al equipo y poco más. Después se encontraron inversores privados. Al final el proyecto salió para adelante. El rodaje fue muy duro porque teníamos muy poco dinero. 25 días. Todo en Jerez.

Cuando acabamos, para nuestra sorpresa, la presentamos en el Festival de Málaga y nos premiaron. Tuvo mucho éxito y encontramos distribución. Estrenamos en todos los cines, fuimos a los Goya… Rodamos a lo loco, con muy poquito dinero, sólo 150.000 euros, pero con muchas ganas.

¿En qué estás trabajando en estos momentos?

La maniobra de la tortuga, un thriller policíaco con la violencia machista como telón de fondo. Es una adaptación de la novela homónima del autor gaditano Benito Olmo. Leí el libro después de hacer Techo y comida. Me gustó mucho, se lo comuniqué a unos productores y compraron los derechos de la novela. Se rueda en Cádiz capital. En eso andamos ahora.

«Siempre que puedo intento rodar en Cádiz»

¿Cómo ves la situación del cine andaluz?

 

Estamos en un buen momento. Yo trabajo mucho en Sevilla. El núcleo está allí. En 2017, por ejemplo, se rodaron siete u ocho películas, además de la serie La Peste. Tal era el nivel de producción que no había técnicos suficientes. En Málaga ocurren muchas cosas también.

Con las nuevas plataformas VOD se están buscando y moviendo nuevos proyectos. Yo mismo he trabajado bastante por encargo después de Techo y comida. Para como estaban las cosas antes, creo que estamos en un buen momento. Sin embargo es indudable que falta mucho para crear una industria sólida, especialmente en Cádiz.

Por mi parte, intento siempre rodar aquí, usar la provincia y que en el futuro nos acerquemos en Cádiz al nivel de producción de Sevilla. Evidentemente eso no depende de mí, pero yo hago todo lo que está en mi mano.

 

¿Qué capacidades consideras que necesita un aspirante a director?

 

Principalmente ser insistente. No desistir. Intentarlo una y otra vez. No dejarlo nunca. Cuando se te da una oportunidad y te ves en un set de rodaje puede llegar a dar vértigo, pero hay que confiar en uno mismo y no tener miedo. Todos podemos hacerlo si te mueve la pasión. Colocamos a los cineastas reconocidos en un pedestal y cuando los conoces te das cuenta de que son personas como tú o como yo. En definitiva, hay que lanzarse.

Desde una perspectiva creativa, diría que lo más importante es no dejar nada al azar. Todo lo que salga en pantalla tiene que estar justificado. Hay que preguntarse en todo momento por qué se toma una decisión y no otra en relación a cualquier aspecto de la película: atrezzo, luz, cámara, sonido… Debes tener una idea muy clara de tu visión como director y comunicársela al equipo técnico de la mejor manera posible para que todos remen en la misma dirección.

«El cine es emoción, es sentimiento, y si no se consigue la película carece de vida»

¿Qué aspectos de la dirección disfrutas más y cuáles menos?

 

Lo que más me gusta es crear la historia desde cero, con el papel en blanco. Empiezas a ver un mundo ficticio que se gesta en tu cabeza. Y, por supuesto, cuando todo eso se rueda, se monta y finalmente se proyecta es una enorme satisfacción.

También disfruto mucho el montaje. Ahí le das forma a la película, probando distintas opciones, sin prisas.

El rodaje es gratificante pero al mismo tiempo muy duro. Suelen ser días larguísimos con muy poco descanso en los que hay tomar decisiones bajo mucha presión.

Por otra parte, meter la tijera en la sala de montaje y desechar material puede ser muy doloroso. A veces me cuesta días o semanas entender que quitar una secuencia a la que le tenga especial cariño va a permitir que la película funcione mejor. Al final lo haces pero te duele como si fuera un hijo.

 

¿Qué tipo de cine es el que te emociona?

 

Me gustan los temas sociales, las injusticias, lo reivindicativo. También disfruto como espectador viendo películas comerciales, aunque sea una línea de trabajo en la que no estoy interesado.

Me parece fundamental que la película se cuente en imágenes, lo que denomino momentos verdaderamente cinematográficos: cuando, en silencio, la cinta es capaz de transmitir una idea y hacer que el espectador se emocione, sin diálogos. Porque al fin y al cabo el cine es emoción, es sentimiento, y si eso no se consigue la película carece de vida.

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